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por Agustín Panizza
Trabajar en las alturas no es para cualquiera. Es una tarea que requiere valentía, precisión y experiencia. Matías Guerra, torrista de profesión desde hace más de 30 años, conoce mejor que nadie los desafíos y las satisfacciones de su oficio.
Desde su ciudad natal, Villa Ruiz, y hasta todos los rincones del país, Matías se dedica a la instalación, reparación y mantenimiento de antenas y torres de telecomunicaciones, un trabajo que lo ha llevado a las alturas, de manera literal.
“Estar en lo alto no es para cualquiera”, dijo a El Diario del Lunes con una sonrisa y continuó: “Primero tenés que aprender a llevarte bien con la altura, y después es muy importante hacer bien el trabajo. Subir puede subir cualquiera, pero hacer un trabajo bien hecho lleva tiempo, concentración y experiencia para que los clientes queden conformes”.
Matías comenzó su carrera en 1993, apenas terminada la primaria. “Entré como ayudante de técnico en un laboratorio de telecomunicaciones gracias a la escuela de radio y TV. Empecé en el laboratorio, pero enseguida me llamó la atención lo que hacían los torristas. Les pedí para acompañarlos, y ahí arranqué”, recordó. Desde entonces, su vida ha estado marcada por las alturas.
Un oficio que trasciende fronteras
El trabajo de Matías lo ha llevado a recorrer el país. En Junín, colabora con una de las empresas de internet que hay en la Región. Pero su labor no se detiene allí: “Trabajo en todas las provincias. Hoy, por ejemplo, estuve en Pellegrini y Trenque Lauquen. Mañana puede ser Santa Fe o Entre Ríos. Antes trabajaba para una empresa que me enviaba al norte, a Tucumán, todas las semanas. Así que conozco gran parte del país”.
Sin embargo, sus aventuras no se limitan al trabajo. Para combatir la falta de adrenalina que comenzó a sentir después de tantos años en las alturas, se dedicó al parapente. “Es algo que me devolvió la emoción de estar arriba”, confesó.
Tecnología y redes: el presente del torrista
En un mundo cada vez más conectado, el trabajo de los torristas ha evolucionado. Hoy, Matías se especializa en desarmar mástiles viejos, mantener sistemas de pararrayos y balizas, y, sobre todo, instalar radioenlaces punto a punto.
“Con los equipos actuales, podés transmitir 800 megas reales a 40 kilómetros de distancia con un timing de un milisegundo. Es algo maravilloso que antes era impensado”, explicó.
Aunque la competencia de servicios como Starlink está presente, Matías asegura que en muchas zonas rurales prefieren sistemas tradicionales. “En los pueblos no confían tanto en lo satelital por malas experiencias anteriores. Ahí entramos nosotros, con sistemas más confiables y personalizados”, afirmó.
Reconocimientos y proyecciones
A pesar de la exposición en medios de comunicación, su clientela sigue creciendo gracias al boca en boca y a las redes sociales. “No hago publicidad. Todo lo que consigo es por Instagram, Facebook y TikTok”, confirmó.
Aunque su agenda está llena, no deja de mirar al futuro. “Siempre hay algo nuevo por aprender y hacer. Las alturas no dejan de enseñarte, y mientras pueda seguir subiendo, voy a estar ahí”, destacó.
Matías Guerra es mucho más que un torrista. Es un ejemplo de pasión, esfuerzo y dedicación en una profesión que, como pocas, combina el peligro con la emoción de conquistar las alturas.