
por Agustín Panizza
Después de cuatros años de sequía, las lagunas de Junín están recuperando su caudal y, con ellas, vuelve una postal que muchos extrañaban: el espejo de agua perfecto para la fotografía para retratar, por ejemplo, atardeceres perfectos o la luna llena reflejada sobre el espejo.
Para quienes disfrutan capturar la belleza natural, la presencia del agua, además de ser un alivio ecológico y un atractivo turístico, es una fuente inagotable de inspiración.
Con el regreso del agua, la luz se refleja de otra manera. Los cielos se duplican, los atardeceres ganan intensidad y los colores vibran de un modo especial.
Los fotógrafos —profesionales y aficionados— ya lo notan: en las redes sociales se multiplican las imágenes donde el agua actúa como un segundo cielo, aportando simetrías, reflejos y una nueva dimensión a los paisajes.
En la Laguna de Gómez, por ejemplo, la escena cambió por completo en pocas semanas. Donde antes dominaban los pastizales secos y el suelo árido, hoy se extiende un manto brillante que reconfigura el paisaje y atrae a quienes buscan capturar momentos únicos.
Los flamencos, las garzas y otras aves también regresan, aportando vida y movimiento a las composiciones. El fenómeno revitaliza el ecosistema, y también la mirada artística.
Las lagunas se convierten nuevamente en un punto de encuentro para caminatas, deportes náuticos, paseos en bici y, sobre todo, para salir con la cámara al hombro o el teléfono celular en busca de esa foto que solo el agua puede regalar.
Porque cuando vuelve el agua, vuelven también las imágenes que nos conectan con la naturaleza y con la emoción de ver el mundo reflejado en una superficie viva.