14/06/2025 - Edición Nº205

Opinión

El fin de los candidatos y el inicio de las ideas: la derecha como concepto que se impone más allá de las personas

11/06/2025 11:12 |


por Marina Bridger – Lic. en Comunicación Social


La reciente condena a Cristina Fernández de Kirchner no solo representa un hecho judicial de alto impacto político, sino que marca también un punto de inflexión en la narrativa electoral argentina: lo que se pone en juego ya no son tanto las personas que encabezan las listas, sino el concepto que las agrupa. La figura del candidato parece desdibujarse frente a un fenómeno mucho más profundo: la polarización ideológica.

El movimiento que hoy lidera Javier Milei no es el primero en capitalizar esta dinámica. Ya Mauricio Macri había entendido —con eficacia quirúrgica— que el camino al poder podía prescindir de la militancia tradicional. Con un armado electoral basado en voluntarios, referentes de ONG, emprendedores y “buenos vecinos”, logró articular una fuerza donde el puntero reemplazó al militante, y el slogan a la doctrina. Una estrategia similar a la que hoy reedita La Libertad Avanza, que en muchos distritos replicó aquella lógica: sumar nombres “útiles”, sin importar su filiación partidaria, prontuario o preparación, sino su capacidad de captar territorios.

La estrategia del divide y reinarás, atribuida a Maquiavelo (aunque usada también por Julio César y Napoleón), encuentra su máxima expresión en estos movimientos que, bajo una aparente descentralización, ocultan una concentración de poder en estructuras muy verticales. En Cambiemos, primero, y ahora en el espacio libertario, lo que importa no es la trayectoria del candidato sino su funcionalidad para la causa: ganar.

Como bien señalan los estudios de semiótica política, cuando los partidos dejan de representar ideologías estables y comienzan a absorber colectivos diversos con un solo objetivo (la victoria), lo que se impone es un relato emocional, donde el enemigo común (la corrupción, el Estado, el peronismo) cohesiona más que cualquier programa de gobierno.

La derecha actual, que ya no teme decirse de derecha, se inscribe dentro de un fenómeno continental. Referentes como Donald Trump en EE.UU., Jair Bolsonaro en Brasil o Benjamin Netanyahu en Israel comparten no tanto programas comunes, sino una lógica discursiva: antiestablishment, nacionalista, provida, antisubsidios, meritocrática. Paradójicamente, mientras en Argentina se abren las importaciones, en EE.UU. Trump propugna el cierre de fronteras comerciales y protege la producción interna con altos aranceles. La ideología es la misma, pero el método depende del interés nacional. Porque lo que guía no es la coherencia programática, sino el control del poder.

Hoy, Cristina Kirchner, inhabilitada para ejercer cargos públicos, ve desde su casa cómo su liderazgo simbólico aún convoca resistencias y pasiones. Su figura permanece como eje de la grieta, aunque ya no sea candidata. La guerra —y sí, el término ya forma parte del vocabulario popular— no es entre personas, sino entre bandos. La pregunta no es si estás con Milei o con Cristina, sino si estás contra uno u otro. Una lógica binaria que deja afuera los matices y alimenta el enfrentamiento.

Este contexto nos retrotrae a momentos clivaje de la historia argentina, como la resistencia peronista durante la proscripción de Perón o la famosa votación de la Resolución 125, donde el “voto no positivo” de Julio Cobos marcó el principio del desgaste de Cristina durante su primer mandato. La 125 fue presentada como prueba irrefutable del conflicto Estado-sector agroindustrial, una herida que sigue abierta y que hoy la derecha reabre cada vez que necesita reafirmar su identidad.

En este tablero, ya no importan las identidades personales de quienes integran las listas. El bombero, el profesor, la referente barrial o el empresario outsider son apenas figuras intercambiables. Lo que importa es la causa que representan. Y si algo ha logrado la nueva derecha —desde el PRO hasta La Libertad Avanza— es transformar su causa en una bandera emocional: la lucha contra el Estado y contra lo que llaman “la casta”, más allá de que muchas de sus figuras provienen de los mismos circuitos de poder que dicen combatir.

En definitiva, el futuro electoral argentino se juega en los valores, no en las trayectorias. Se disputa en los conceptos, no en los rostros. Y quizás, como nunca antes, se acerca el fin del partido como estructura y del candidato como figura central. Lo que se impone es un discurso colectivo, polarizante y afectivo, que transforma la política en un plebiscito constante entre lo viejo y lo nuevo, entre lo corrupto y lo puro, entre “ellos” y “nosotros”.