Con la llegada del calor y el verano, los bordes de caminos, cercos y alambrados de Junín vuelven a teñirse con los frutos del mburucuyá —una planta que crece de forma silvestre y abundante en nuestra región— y que muchas veces pasa desapercibida, aunque forma parte del paisaje natural y cultural local.
El mburucuyá no es solo un nombre popular, es una variedad de pasiflora perteneciente al género Passiflora, específicamente a la especie Passiflora caerulea —también conocida como pasionaria, flor de la pasión, pasiflora o granadilla.
El término Passiflora proviene del latín flos passionis, que significa “flor de la pasión”, nombre que dieron los misioneros jesuitas al observar en la compleja estructura de sus flores elementos que evocaban la Pasión de Cristo.
El mburucuyá es una enredadera trepadora nativa del sur de Sudamérica. Sus tallos usan zarcillos para ascender por cercos, tapiales y cualquier soporte vertical, produciendo flores llamativas durante la primavera y el verano, seguidas por frutos ovalados de color verde que se tornan naranja al madurar.
En Junín, como en otras partes de la provincia de Buenos Aires, esta pasiflora se desarrolla sin intervención humana y prolifera silvestre, aprovechando la estación cálida para fructificar con mayor intensidad.
El fruto del mburucuyá es una baya carnosa con numerosas semillas en su interior, que atrae a aves y pequeños mamíferos que ayudan a dispersar sus semillas.
Si bien muchos de estos frutos no se cosechan para consumo masivo —porque su sabor puede ser suave o ligeramente astringente— algunos vecinos los recolectan para hacer jugos, dulces, mermeladas o infusiones aprovechando su pulpa aromática, tal como se ha hecho desde generaciones en distintas zonas rurales.
Más allá de su uso culinario ocasional, partes de la planta (como hojas y flores) se han empleado tradicionalmente en infusiones con fines relajantes o digestivos, aunque siempre con precaución y conocimiento de sus efectos.
Así, el mburucuyá —esa pasiflora silvestre que florece y fructifica con el calor— se convierte, año tras año, en una parte distintiva del paisaje local. Su presencia en campos, caminos y jardines naturales nos recuerda la riqueza botánica de nuestra región, así como los saberes populares que se entrelazan con su crecimiento espontáneo.