31/12/2025 - Edición Nº405

Deportes

Fútbol literario

El gol más bello

15:39 | Versión literaria del gol del jugador más longevo de Sarmiento en un torneo oficial.



Hay goles que nacen para ser vistos y otros que prefieren ser contados.

Los primeros dependen de la nitidez; los segundos, de la memoria, que es un territorio impreciso pero hospitalario. El gol de Rubén Bello pertenece a esta última estirpe: no existe en ninguna pantalla, pero vive —y vive fuerte— en la palabra ajena.

El Senior +48 de Sarmiento transitaba esos primeros pasos donde los equipos todavía no son equipos y la historia no se deja tocar. Había camisetas verdes, medias bajas, rodillas que ya habían aprendido a doler antes de tiempo y una paciencia heredada de los años. Ganar no era una obsesión; empatar, apenas una fantasía discreta.

Rubén Bello jugaba.

Jugaba como se juega cuando ya se ha jugado mucho: con cautela, con memoria, con cierta economía de movimientos que no siempre se parece al fútbol, pero que a veces lo explica mejor que cualquier manual.

Rubén veía poco.

No mal: poco.

El mundo se le presentaba en fragmentos, como si la cancha fuera un recuerdo y no un espacio real. La pelota era una suposición. Los rivales, una conjetura. Los compañeros, voces conocidas en posiciones aproximadas.

El partido iba uno a cero abajo. El tiempo, en esas edades, no corre: avanza con una solemnidad casi ofensiva. Y cuando todo parecía destinado a concluir sin novedad, ocurrió el desorden.

La pelota apareció en el área.

No se sabe cómo.

No se sabe de dónde.

Las versiones empiezan a multiplicarse ahí, como suelen hacerlo las cosas importantes.

Rubén estaba cerca. Eso sí. Estaba cerca de algo que se movía. Hizo un gesto que podría haber sido un remate o un reflejo. Tal vez fue ambas cosas. Tal vez ninguna.

—Yo le pegué —dice Rubén.

—No, le rebotó en la canilla—dice uno que estaba a cinco metros.

—Fue una definición bárbara con el empeine —asegura otro que estaba lejos, pero opina mejor.

—Ni la tocó, fue el viento—dice el arquero rival, que todavía sigue buscando explicaciones.

Rubén, siempre sincero, aclara:

—No vi nada —diría después—. Cerré los ojos.

Y en ese paréntesis oscuro, sucedió el gol.

La pelota cruzó la línea. El arquero se dio vuelta. El árbitro señaló el medio. Y el Senior +48 de Sarmiento, sin saber del todo cómo, había alcanzado su primer punto desde que comenzó a competir.

No hubo festejo desmedido porque nadie estaba del todo seguro de qué había pasado. Se miraron entre todos. Miraron al árbitro. Miraron al arquero. Miraron a Rubén, que ya estaba volviendo caminando, sin apuro. Como quien no quiere interrumpir el curso natural de las cosas.

En la era digital nadie registró el momento. Ninguna cámara. Ningún celular. Hay goles que tienen repeticiones desde todos los ángulos, cámaras lentas, análisis tácticos y un tipo en la tele que te explica por qué el nueve perfiló el cuerpo exactamente a cuarenta y cinco grados.

Y después están los otros. El de Bello eligió la clandestinidad, como si supiera que su destino no era la imagen sino convertirse en mito.

Porque después vino el relato.

En el vestuario, el gol ya tenía intención.

En el tercer tiempo, magia

En los asados, exageración.

Fue el gol del jugador más longevo de Sarmiento en un torneo oficial. Y este dato si se puede comprobar.

Fue el único gol de Rubén Bello.

Y quizás por eso sea eterno.

Porque hay goles que entran al ángulo y otros que entran en la memoria.

Fue, sin discusión posible, el más Bello de todos.

Escrito por Mario Nicolás Uhalt