08/11/2025 - Edición Nº352

Opinión

Columna

El ruido en el centro de Junín y la reconfiguración urbanística

26/10/2025 10:01 | (*) Periodista de El Diario del Lunes.


por Agustín Panizza (*)


El centro de Junín atraviesa una transformación silenciosa en su estructura, pero ruidosa en su consecuencia. Lo que durante décadas fue una zona residencial, con familias viviendo en casas amplias y veredas arboladas, hoy se encuentra en plena reconfiguración urbanística.

Las propiedades que antes eran hogares de familias numerosas se transformaron en comercios, oficinas, consultorios, estudios profesionales, locales gastronómicos y espacios de coworking, que pueden ser más rentables para los propietarios con alquileres por módulos o mes. En las habitaciones que eran utilizadas para dormir, hoy atienden médicos, mientras que los espaciosos livings se convirtieron en salas de espera.

El corazón de la ciudad, poco a poco, deja de ser un lugar para vivir y pasa a ser un lugar para trabajar, hacer trámites en edificios públicos, consumir o transitar.

Este cambio, que replica el proceso que ya vivieron las grandes ciudades, genera un efecto visible y otro sonoro. Visible, porque el paisaje urbano muta y las casas de fachada tradicional ahora tienen carteles luminosos, vidrieras o logos empresariales.

Y sonoro, porque el ruido se vuelve protagonista de la vida cotidiana. El bullicio constante del centro ya no distingue horarios: autos, motos, bocinas, música, gritos, alarmas y motores reemplazan el sonido cotidiano de la vida vecinal que supo tener el casco urbano.

Cada día, motos y autos con escapes libres, modificados o deportivos irrumpen en cualquier momento. Los motores llevados al corte provocan explosiones que se confunden con tiros de arma de fuego, y las aceleradas son una constante que se repite sin pausa.

A esto se suman los autos con parlantes de amplia potencia y cornetas sobresaliendo por los vidrios, que hacen sentir la música a quienes van adentro, y también al resto de los ciudadanos. Las vibraciones de los graves agregan un condimento extra: hacen temblar vidrios, activan alarmas de autos estacionados y multiplican el estruendo.

Las noches y madrugadas de fin de semana agravan el panorama con una sucesión de sonidos que conforman una verdadera contaminación auditiva.

Durante el día, el tránsito y las discusiones entre peatones y conductores se suman al repertorio, junto con los pitazos de los inspectores buscando a los dueños de vehículos mal estacionados, que pocas veces aparecen antes de que intervenga la grúa.

El centro ya no es un espacio pensado para el descanso. Y ante la imposibilidad de convivir con el ruido, muchos vecinos eligen mudarse hacia los barrios cerca del centro o las zonas de quintas, que antes eran casas de fin de semana y hoy se convirtieron en residencias permanentes. Allí se busca lo que el centro perdió: tranquilidad, verde y silencio.

Junín se expande, se moderniza, se mueve. Pero también redefine su mapa humano: donde antes había vida familiar, hoy hay actividad comercial; donde antes se escuchaban charlas de vereda, hoy suenan motores al corte. Tal vez sea inevitable —las ciudades cambian, crecen, se adaptan—, pero también es válido preguntarse si el desarrollo urbano debe darse a costa de la habitabilidad.

El ruido, en definitiva, no solo molesta, también revela. Nos habla de una ciudad que se transforma, que empuja a sus vecinos hacia las afueras, que concentra su pulso en un centro cada vez más activo, pero menos vivible. Y mientras tanto, el silencio —ese bien escaso— se convierte en el nuevo lujo de la periferia.